Eres culpable desde que naces; culpable y responsable de
todo pero, a la vez, de nada. Llevas un peso sobre tus espaldas. El peso de que
la vida salga bien, de que no salte por los aires. Ese peso es sutil pero es
tan pesado... Ese peso pesa tanto que a duras penas puedes con él; además,
nunca elegiste llevarlo. Eres culpable por cargar con ese peso. Eres culpable
por no elegirlo. Eres culpable porque, de caras a fuera, tú no tienes que
llevar ese peso. Eres culpable porque si no lo recoges, nadie lo hace y, sí,
eres culpable de que las cosas no funcionen; pero nunca serás responsable de
que todo vaya bien.
Eres culpable desde que naces. Eres la encargada de formar
una familia y de que funcione tal y cómo han ideado otras personas que no han
contado contigo. Ese es tu encargo cuando se te cataloga como portadora
de los más importantes valores sociales: transmitir un mundo diferenciado a través de la socialización, educación y cuidado de
las demás personas, nunca tuyos. Eres la transmisora de los valores de la
sociedad a través de lo que te han pronosticado como el súmmun de tu vida: el
establecer un matrimonio y ser madre para el mantenimiento de la especie y de
los valores imperantes. Eres responsable de que funcione, pero nadie te lo
reconocerá y tampoco nadie asumirá que solo eres una persona y, esa es una carga
demasiado exagerada para una sola persona. De hecho, esto que vives es violencia, violencia estructural contra las mujeres.
Hasta en los casos de violencia específicos contra ti,
mujer, los casos en los que tu pareja te agrede, te hacen sentirte culpable.
¿Culpable? Te otorgan esa categoría por no aguantar, por quererte, por luchar,por defenderte como persona, por hacer saltar los resortes de la sociedad, por denunciar que tu vida vale tanto como la de las personas del sexo contrario.
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