A finales del siglo XX, Donna Haraway se propone “construir un irónico mito político fiel al feminismo,
al socialismo y al materialismo” y acaba manifestando que “prefiere ser una cyborg a una diosa”. De esta forma, nos plantea el
Manifiesto Cyborg como un compromiso
político para un futuro más enriquecedor.
Donna Haraway nos descubre que las personas somos
transformadas por las nuevas realidades y las nuevas formas de sentir, percibir
y vivir. Nos propone contemplar los cuerpos más allá de los aspectos meramente
biológicos incluyendo la ideología y la cultura; ya que ideología y cultura
transforman los cuerpos a lo largo de la historia. Con esta visión, se superan concepciones tradicionales dualistas del tipo mujer / hombre. El cuerpo
biológico se transforma por efecto de la sociedad y, para ello, utiliza todo
tipo de técnica. Así, surge el cyborg.
Desde mi punto de vista, Donna Haraway nos propone una bella utopía que nos concede el privilegio de
darnos forma, de reinventarnos, de ser lo que queramos ser. El cyborg es libre y tiene la capacidad de
regenerarse, es decir, de borrar o dejar latente su pasado y crear un nuevo
presente. Nos permite crear nuevas identidades, “monstruosas” identidades que no tienen por qué encajar en la norma, en las ideas sociales y políticas impuestas. Así surge un mundo híbrido donde
las nuevas identidades son móviles ya que “los
monstruos han definido siempre los límites de la comunidad en las imaginaciones
occidentales”.
En definitiva, nos presenta una nueva forma de ver el mundo, no como
un futuro prefijado ya que no proporciona recetas o soluciones, sino que
plantea potencialidades al proponer el repensarse, reinventarse y
autoconstruirse y, por tanto, contribuir a la cultura mediante un discurso
comprometido y no limitado que nos permita “imaginar
un mundo sin géneros, sin génesis y, quizás, sin fin”.
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