Hoy paro, necesito parar. El nivel de exigencia es
tal… que no llego. Siempre con prisas, siempre a mil cosas. Mi cabeza está
agotada y me bloqueo porque no sé por dónde empezar o, más bien dicho,
continuar. Es tan fácil confundirse, a ver si no voy a llegar…. Pero ¿qué pasa
si me confundo o si no llego? ¿Qué pasa si no estoy a la altura? Pero…. ¿¿¿a la
altura de qué o de quién??? ¿Por qué me infrinjo este nivel de autoexigencia?
Así no soy feliz. No quiero ser así, sí, lo detecto, me dejo llevar. Yo que
creía que todo lo controlaba y me dejo llevar.
Son miles las veces que he tenido que demostrar que
estaba porque me correspondía, aunque me cuestionaran por mi juventud y, por
qué no decirlo, por ser mujer (aunque esto era más sutil). Sí, estaba y estoy
porque lo merecía y lo merezco, pero no debo regirme por ese ritmo, no es mi
ritmo, es lo que me imponen y, que después, yo me impongo. Ser para mí, pensar
para mí. ¿Qué es lo quiero? ¿Qué me hace feliz? Esas son las únicas cuestiones
que deberían suponer mi nivel de autoexigencia. El resto… debería importar
poco.
Es curioso cómo el nivel de exigencia del
heteropatriarcado se te mete en las
venas, tanto que hace que vivas en torno a él y te muevas según sus exigencias.
Es difícil darse cuenta, pero es una de las primeras cosas por las que debemos
luchar.
0 comentarios :
Publicar un comentario
La editora no se hace responsable de los comentarios vertidos por terceras personas. No se permitirán comentarios ofensivos. Se pide el máximo respeto.