Actualmente, nos encontramos (tal vez nos encontrábamos) en un momento perfecto para poder llevar a cabo cambios sociales que tienen su origen en cambios de mentalidad y actitud y, que por tanto, repercutirían de forma positiva en la igualdad de ambos sexos. Nos encontramos (o encontrábamos), porque tenemos la LOIVG y porque los centros educativos cuentan con algunas de las condiciones necesarias para trabajar en coeducación. Es (o era) el momento ideal para abrir la escuela al mundo y a la experiencia de la igualdad. Lo cual no es otra cosa que llevar al ámbito educativo la vida cotidiana, las relaciones personales, la educación afectiva, la sexual y la educación para la convivencia con el objetivo de conseguir en el alumnado una elevada autoestima, desarrollar la capacidad para analizar sentimientos y conflictos y tener la oportunidad de resolverlos. Es (o era) el momento porque se cuenta con los mecanismos que permiten promover un cambio de actitud, de comportamiento y contenido académico encaminado a erradicar el sexismo en la sociedad y, por tanto, la violencia de género.
Pero la LOIVG ha encontrado algunas resistencias en el ámbito educativo. Algo comprensible cuando vivimos en un mundo que considera la educación como un sistema para crear cantera y como un negocio, tal y como demuestran la LOMCE y las actuaciones dirigidas a recortar presupuestos en la educación pública y subvencionar la educación privada. Además, no podemos pasar por alto, que una buena parte de la estructura del sistema educativo recae en manos de confesiones religiosas.
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