Después de ver el documental La Guerra contra las Mujeres,
salgo contrariada, dolida y con rabia pero con mucha fuerza. Por todas es
conocido los efectos devastadores de la guerra. Siempre nos hablan de lo que
ocurre en el campo de batalla, pero, ¿qué ocurre con la población civil? Y, en
especial, ¿qué ocurre con las mujeres?
Ellas son utilizadas como un arma de guerra más:
secuestradas, torturadas, violadas, vejadas hasta el extremo, obligadas a
ejercer la prostitución o a la esclavitud sexual… Son las que sobreviven las
que tienen que vivir con las secuelas psicológicas, emocionales, el rechazo, la
vergüenza…, las secuelas físicas y, en muchos casos, dar a luz hijos/as que son
fruto de la barbarie. Dicen que es una forma de extender la población agresora,
pero, ¿sólo es eso?
No, no es solo eso, porque este tipo de calvario también se
utiliza para extender el miedo entre las mujeres. Hacerlas sentir que son
vulnerables. Solo el hecho de oír que una mujer ha sido violada, bloquea y
paraliza a otras mujeres. Actualmente, la violación y otras formas de violencia
ejercidas contra las mujeres son reconocidas como algunos de los crímenes más graves previstos por el derecho
internacional.
Son mujeres, como Bakira Hasecic, Jane Mukuninwa, Rosemary Nyrumbe y otras tantas más, las que se han movilizado y han luchado por
visibilizar este tipo de violencia bélica para que no sea así y para que sea
castigado. Porque si nos tocan a una, nos tocan a todas. Por eso, me quedo con
la visión de estas mujeres como mujeres valientes y luchadoras, capaces de
reponerse de la violencia sufrida y ser apoderadas de una causa que nos afecta
a todas: la guerra física y psicológica, pero también las desigualdades existentes entre mujeres y hombres y la
violencia que generan en todas las sociedades.
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