Hoy es 8 de marzo. Me despierto y miro el móvil para ver qué
hora es. Son las 9 de la mañana. Veo que ya he recibido algunos whatsapp. A
veces no entiendo por qué la gente tiene esa extraña costumbre de mandarte un
whatsapp tan temprano, ¿quizá te hubieran llamado a las 7 u 8 de la mañana? No,
a no ser que sea algo muy urgente. Se suele esperar, por respeto. Pero esto no
es lo importante. Me decido a leer los mensajes. Son todos de felicitación. Me
molesto un poco, para qué negarlo. Me felicitan porque es 8 de marzo. No lo
entiendo, para mí no es un día festivo. Es un día reivindicativo. No festejo la
muerte de las mujeres que murieron en una fábrica textil por reivindicar
nuestros derechos laborales. Me da rabia y me duele que tuvieran que morir.
Pero voy más allá. Este año, más si cabe, no es festivo. Es un 8 de marzo de
lucha.
Una lucha que se traduce en decir NO a la vulneración de derechos humanos que se ejerce cuando se legisla contra los cuerpos de las mujeres, cuando se limita nuestra capacidad de decidir y cuando se nos pretende hacer ciudadanas de segunda. Este 8 de marzo es un día en el que hay que decir
NO a la violencia ejercida contra las mujeres. Son 16 mujeres y una niña, las
asesinadas por la violencia patriarcal en 2 meses y 8 días. Mujeres que han muerto a manos de un asesino machista, pero que cuentan con cómplices en nuestros órganos de gobierno. Sí, cómplices o ejecutores y ejecutoras de esa violencia, porque legislan para que sea posible, porque no
se hacen responsables de sus medidas heteropatriarcales y violentas y porque
tratan de ocultar este tipo de violencia y pretenden hacerla normal.
Es 8 de marzo y es un día de reivindicar derechos humanos y
justicia social. Nos vemos en las calles.
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