Mad Men

Me preguntas que por qué me gusta Mad Men. ¿Por qué? Porque pocas veces he visto reflejado de forma tan fiel la mística de la feminidad, tal y cómo la teorizó Betty Friedan. Se me abren los ojos cuando veo a todas esas mujeres a las que se les ha asignado como máxima aspiración ser un objeto bonito, complaciente, agradable… En fin, nada diferente a lo que hoy en día diga el arzobispo de Granada, que todo lo que dice puede resumirse en una tremenda violencia  hacia las mujeres basada  en obligar a la sumisión y en renunciar a ser una misma.

Ella ocupada de “sus labores” y de la atención de sus hijas e hijos. Ella que debe tener todo listo para cuando  abre la puerta de la casa su marido. Ella que cuenta hasta con lavadora, lo que le supone el colmo de la felicidad; a pesar de que nadie cuenta que vive sumida en la frustración por no tener derecho a ninguna aspiración. Sí, porque las mujeres que refleja Mad Men son mujeres insatisfechas consigo mismas y con su vida y además son culpables de sentir dicha insatisfacción. Claro, que nos olvidamos que justo estas mujeres habían sido las encargadas de levantar el país tras la Segunda Guerra Mundial, pero una vez vuelto los hombres a casa… ellas abandonaron la esfera económica y recibieron la condena de ser identificadas como madres y esposas únicamente, con lo que se cercenaba cualquier posibilidad de realización personal, como dice Ana de Miguel. Pero sí, también están todas esas otras mujeres que trabajan en la agencia de publicidad. No veo a muchas de ellas ocupando puestos relevantes, aunque sí las hay a lo largo de las diferentes temporadas y, veo a dichas mujeres tratadas como objetos sexuales siempre.

Y, no olvido que también me encanta ver cómo la serie refleja cómo va cambiando la forma de ser, estar, expresarse… de estas mujeres,  a la par que va cambiando su forma de vestir y adquieren empoderamiento.